martes, 17 de agosto de 2010

Calderón... y el PRI rompen con Fidel Castro



Bastó un texto con su firma para que Fidel Castro diera un giro en la política de Cuba hacia México: rompió con el expresidente Carlos Salinas de Gortari, figura prominente del PRI, partido que fue aliado histórico de la Revolución Cubana; halagó abiertamente a Andrés Manuel López Obrador y con ello tomó por primera vez partido por un aspirante de izquierda a la Presidencia del país; y, como de pasada, atacó a Calderón ahí donde le duele: en su legitimidad como mandatario, lo que presagia una nueva crisis diplomática entre México y La Habana.

Por primera vez, el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, se la juega públicamente con un aspirante de izquierda a la Presidencia de México: Andrés Manuel López Obrador.

Simultáneamente, cuestionó la legitimidad del presidente Felipe Calderón, de quien dijo que no ganó las elecciones en 2006, y se deslindó de su otrora amigo, el expresidente Carlos Salinas de Gortari, a quien señaló como responsable de propiciar en febrero de 2004 la fuga del empresario Carlos Ahumada a Cuba sin consultar a las autoridades de la isla y de ser uno de los autores del complot de los videoescándalos contra López Obrador.

Incluso, puso en duda el triunfo electoral de Salinas en 1988. “No me constaba si había habido o no fraude. Era el candidato del PRI, partido por el que siempre votaron durante décadas los electores mexicanos. Sólo el corazón me hacía creer que le robaron a Cuauhtémoc (Cárdenas) la elección”, escribió Castro en un texto titulado El gigante de las siete leguas.

Dicho texto fue publicado en dos partes (jueves 12 y viernes 13) por el diario Granma y el portal Cubadebate. En la primera parte de su texto, Castro hizo una larga glosa de La mafia que se apoderó de México…y el 2012, libro escrito por López Obrador. A partir de ello, ensalza la figura de Andrés Manuel López Obrador, quien ya se autodestapó como candidato para las elecciones de 2012.

De entrada, sostuvo que López Obrador “ganó la mayoría de los votos” en las elecciones presidenciales de 2006, “mas el imperio no le permitió asumir el mando”. Luego lo calificó como “la persona de más autoridad para hablar de la tragedia” que vive México y lo será “cuando el sistema se derrumbe, y con él, el imperio”.

E incluso, consideró que la “contribución (de López Obrador) a la lucha por evitar que el presidente (Barack) Obama desate esa guerra (contra Irán), será de gran valor”.

En referencia al libro que López Obrador acaba de publicar en México, Castro dijo que es “una valiente e irrebatible denuncia de la mafia que se apoderó de México”. De hecho, hizo suya tal expresión que de manera frecuente utiliza el político tabasqueño.

López Obrador –quien agradeció los comentarios de Castro– no ha visitado Cuba, pero su primera esposa, Rocío Beltrán, recibió el apoyo del gobierno de Castro para atenderse en La Habana el lupus, enfermedad que le provocó la muerte el 12 marzo de 2003.

Acuerdo tácito

En su texto Castro no sólo ensalzó abiertamente a un precandidato presidencial de izquierda, sino que tomó distancia del partido que fue su aliado histórico: el Revolucionario Institucional (PRI), en el que Salinas es figura prominente e influyente.

Y es que durante décadas –de 1960 a 1994– los presidentes priistas en turno mantuvieron una relación cordial con el régimen cubano.

¿La razón? Un acuerdo básicamente tácito: para los gobernantes priistas era preferible tener en Cuba un régimen socialista y enfrentado a Estados Unidos que un gobierno dependiente y sujeto al poder de Washington. En términos geográficos, si Cuba fuera una especie de Puerto Rico, México tendría un brazo estadunidense en el Golfo de México. Es como si el “imperio” abrazara al país y lo copara.

Además, para los regímenes priistas Cuba era una carta de equilibrio frente a Estados Unidos que se ajustaba muy bien al discurso del nacionalismo revolucionario de los años 60, 70 y parte de los 80.

Más aún, el apoyo a la Revolución Cubana tenía su beneficio interno: se aplacaba así a la izquierda mexicana que profesaba un apoyo irrestricto al gobierno de Castro.

En un contexto de la Guerra Fría, ello a los cubanos también les venía bien: Fidel sabía que mientras mirara hacia la Unión Soviética y hacia Europa del Este –de cuyo campo era dependiente en sus relaciones políticas y económicas– habría a sus espaldas una política de contención ante Estados Unidos aplicada por México, uno de los hermanos mayores de los países de América Latina.

Hubo otro factor clave: mientras el régimen de Fidel Castro propició, entrenó y financió a las guerrillas de los países del continente, con México no lo hizo. Y en el contexto de la efervescencia revolucionaria de los años 60 y 70, los gobiernos priistas lo agradecieron y aprovecharon: pudieron aplicar con relativa tranquilidad la llamada “guerra sucia” en contra de los “movimientos subversivos”.

Durante la primera mitad de los años 70 unos 50 integrantes de varios grupos de guerrilleros mexicanos estuvieron exiliados en Cuba –de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), de La Liga de los Comunistas Armados, de las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP), del Movimiento Armado del Pueblo (MAR), del FUZ, y del Ejército de Liberación Nacional (ELN)–, pero lo hicieron con acuerdo explícito entre los gobiernos de Castro y Luis Echeverría para tenerlos controlados. A diferencia de otros exiliados guerrilleros del continente –como del FSLN, del M-19 o del MIR–, los mexicanos nunca pudieron organizarse para regresar a México a luchar por sus ideales. No lo hicieron simplemente porque el gobierno cubano no los dejó.

Pero si la “izquierda revolucionaria” no tuvo apoyo por parte del régimen cubano, la “izquierda electoral” tampoco. Fidel siempre apostó por el PRI.

Un ejemplo ilustrativo: en 1988, Castro asistió a la toma de posesión de Salinas de Gortari como presidente de México, a pesar de su triunfo electoral sumamente cuestionado. La presencia de Fidel fue una especie de aval para Salinas que dejó un sabor amargo en la izquierda mexicana y en su candidato presidencial, Cuauhtémoc Cárdenas, cuyo padre, el general Lázaro Cárdenas, ayudó a Fidel durante su exilio en México.

“Todos los grandes, medios y pequeños Estados lo habían reconocido (a Salinas). Cuba fue el último. Sólo unos días antes de la toma de posesión, lo hicimos aceptando su invitación de asistir a la asunción del cargo”, justificó Fidel Castro en su citado texto El gigante de las siete leguas.

Y es cuando soltó que “sólo el corazón me hacía creer que le robaron a Cuauhtémoc la elección”.

Con excepción del gobierno de Ernesto Zedillo –con quien Castro mantuvo serios desencuentros–, la alianza entre los priistas y el gobierno cubano se mantuvo aún durante los gobiernos del PAN.

Un hecho reciente lo reflejó: el 14 de abril, la bancada del PRI en el Senado frenó un punto de acuerdo en el que se lamentaba la muerte del disidente cubano Orlando Zapata y se exhortaba al gobierno de Raúl Castro a abrir un diálogo con la disidencia y a liberar a los presos políticos. Varios senadores del PRI habían expresado que apoyarían la iniciativa, entre ellos la excanciller Rosario Green y el exembajador de México en Cuba, Pedro Joaquín Coldwell. Sin embargo, un día antes –el 13 de abril– el embajador de Cuba en México, Manuel Aguilera de la Paz, se reunió con el líder del PRI en el Senado, Manlio Fabio Beltrones, y los priistas se echaron para atrás.

El caso Ahumada

En la segunda parte de su texto, Castro se explayó sobre el caso Ahumada. Con base en las confesiones del empresario argentino –detenido en Cuba el 30 de marzo de 2004 y deportado a México un mes más tarde–, Castro confirmó que hubo un complot para detener la candidatura de López Obrador, el cual fue orquestado por Salinas, el exsenador panista Diego Fernández de Cevallos y los entonces titulares de la Secretaría de Gobernación, Santiago Creel, y de la Procuraduría General de la República, Rafael Macedo de la Concha. Dijo que fue Salinas quien le sugirió a Ahumada refugiarse en Cuba, pero que de ello no sabían nada las autoridades de la isla.

Afirmó que “comprende la desconfianza de López Obrador” hacia su gobierno debido a un hecho: Salinas se encontraba en Cuba cuando Ahumada le mostró los videos en los que aparecen los colaboradores del entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México: Gustavo Ponce jugando en Las Vegas y René Bejarano y Carlos Imaz recibiendo dinero. Y se afanó entonces por aclarar que su gobierno nunca tuvo intención de dañar la imagen política de López Obrador.

De hecho, anotó la indicación que le dio a José Arbezú, vicejefe de Relaciones Internacionales del Comité Central del Partido Comunista de Cuba: “A Obrador decirle, en primer lugar, que nosotros ni estamos en ningún complot contra él ni ninguna conspiración contra él ni estamos coaligados con nadie para hacerle daño (…)”.

Es entonces cuando Castro habló de su relación con Salinas y, de plano, se deslindó de él.

De entrada lo calificó de “hombre sumamente hábil, sabía mover todas las fichas como un experto en ajedrez, con talento por arriba de quienes lo rodeaban”.

Luego se refirió a la estancia de Salinas en Cuba: “Cuando (Ernesto) Zedillo, un hombre realmente mediocre que lo sustituyó en la Presidencia, celoso esta vez de su influencia política, le prohibió residir en México, Salinas tenía en ese momento una difícil situación personal y solicitó residir en Cuba. Sin vacilación lo autorizamos y aquí nació la primera hija de su segundo matrimonio”.

Salinas llegó a Cuba en 1995, cuando era acusado de ser el responsable de la crisis económica y de la descomposición política del país. Ocupó una residencia blanca, de muros altos y enrejados, ubicada en la calle 266 en el exclusivo barrio de Atabey, en La Habana, la cual se encontraba a escasos 500 metros de una de las casas de Fidel. “Adquirió legalmente la residencia de un particular”, informó Castro en su texto.

Luego reveló que Salinas “quiso invertir” en Cuba, pero, dijo, “no lo dejamos”.

Y añadió: “Salinas mantuvo la práctica de visitar Cuba con determinada frecuencia, intercambiaba conmigo y nunca trató de engañarme. Me enfermé gravemente el 26 de julio de 2006 y no volví a saber de él”.

Nuevo pleito

López Obrador “se presentó a las elecciones (de 2006) y ganó la mayoría de los votos frente al candidato del PAN. Mas el imperio no le permitió asumir el mando”.

Tal frase –la única del extenso texto de Castro que hace alusión a Calderón, pero sin mencionarlo por su nombre– provocó una airada reacción de Los Pinos. El Jueves 12 y el viernes 13 Calderón sostuvo reuniones con varios de sus colaboradores y realizó llamadas telefónicas con el embajador en Cuba, Gabriel Jiménez Remus, y con la canciller Patricia Espinosa, quien se encontraba de gira en Turquía.

Por la tarde de ese día, la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) emitió el comunicado 252 en el que “expresa el rechazo del gobierno de México a las afirmaciones formuladas por el expresidente de Cuba, Fidel Castro Ruz, en las cuales pretende descalificar a las instituciones mexicanas y se hace eco de afirmaciones sin sustento sobre el país y su desarrollo”.

Y se lanzó de lleno: “El gobierno de México hace votos para que pronto el pueblo de Cuba pueda acudir a elecciones libres para elegir a sus representantes y se respeten plenamente los derechos humanos en la isla”.

La respuesta de la cancillería presagia una nueva crisis en la relación entre México y Cuba. Sería la segunda en lo que va de este sexenio, pues en abril y mayo de 2009 las relaciones bilaterales se crisparon luego de que Castro acusó a Calderón de ocultar el brote epidémico A/H1N1 para no estropear la visita del presidente estadunidense Barack Obama (Proceso 1697)

De hecho, el texto de Fidel Castro sorprendió a diplomáticos y a funcionarios de la cancillería mexicana, pues los puntos sensibles de la agenda bilateral –comercio y deuda, migración, repatriación de presos mexicanos y diálogo político– iban a paso lento y con bajo perfil, pero avanzaban.

Incluso, durante el viaje de la canciller Espinosa a la isla, realizado en diciembre de 2009, el gobierno de Raúl Castro aceptó repatriar a una decena de mexicanos que se encontraban presos en diferentes cárceles cubanas para que pudieran purgar sus condenas en prisiones del país.

Luego, en febrero, Calderón recibió a Raúl Castro en Cancún, donde se celebró la llamada Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe. De hecho, Raúl y Calderón se elogiaron mutuamente después de que ambos intervinieron para frenar el entrentamiento que protagonizaron en ese evento los mandatarios de Venezuela, Hugo Chávez; y de Colombia, Álvaro Uribe.

Después, el 15 de marzo el presidente Castro recibió al embajador mexicano Jiménez Remus, quien le informó, a nombre del gobierno de México, el contenido del comunicado que unas horas más tarde emitió la SRE.

Ese comunicado lamentaba, con tres semanas de atraso, la muerte del disidente Orlando Zapata; expresaba la preocupación del gobierno mexicano por el estado de salud de Guillermo Fariñas, quien entonces llevaba más de dos semanas en huelga de hambre; y exhortaba al gobierno cubano a “realizar las acciones necesarias para proteger la salud y la dignidad de todos sus prisioneros”.

En diciembre, durante su gira por La Habana, Espinosa refrendó el interés de Calderón por visitar Cuba y estimó que ésta se llevaría a cabo durante el primer semestre de 2010. Luego, en febrero, durante la cumbre de Cancún, se volvió a hablar del tema. Pero el 23 de ese mes murió Orlando Zapata y al régimen le llovieron las condenas internacionales. Dicha muerte sorprendió al presidente de Brasil, Luis Inacio Lula Da Silva, realizando una visita a la isla. Esa coincidencia le provocó un escándalo interno y una llamada de atención del Congreso brasileño. El gobierno de México consideró que no había buen clima para que Calderón fuera a la isla y dejó de mencionar el tema.

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