El regreso del Ipiranga
Hermann Bellinghausen
Los millonarios y vacíos fastos del Bicentenario ocurren en un país saturado: corrupciones, violencias, urgencias, resistencias. La derecha en control de la cosa pública aprovecha la oportunidad para un negociazo (otro), y de paso mete un spin significativo a nuestra historiografía. La reacción ultra del panismo y sus aliados de ocasión libran una bien pagada batalla ideológica. Por primera vez en el México moderno, la Historia la cuentan los conservadores, esos pálidos herederos de Lucas Alamán que acabaron representando una secta marginal, derrotada en términos históricos.
Las exposiciones oficiales privilegian, sin querer queriendo, al emperador Iturbide o al dictador Porfirio Díaz, y los historiadores televisables les conceden un tolerante velo de objetividad, que alcanza al emperador Maximiliano (y su lunático episodio de Miramones y Mejías). Incluso el Quinceuñas Santa Anna se beneficia de esta objetividad. En la nueva lectura, los villanos favoritos ya no lo son.
En el mismo paquete, la película del sexenio (aunque hollywoodense), La Cristiada, rodándose ahora en Durango con empalago turístico, será La Más Costosa de Todas (un viejo título honorario y publicitario: cada tanto nos dicen está es la más cara jamás filmada; antes fue Arráncame la vida, y de ahí para atrás la tradición va hasta tiempos de Echeverría, cuando menos).
Basada, se informa, en La Cristiada, de Jean Meyer, sin duda el libro más importante sobre el tema, será una epopeya de la derecha preyunquista: la que desorejó maestros socialistas, la de los terroristas canonizados por el papa polaco en tiempos de Fox, la que se emparentó explícitamente con el antijuarismo, así fuera el haubsbúrgico, y con el catolicismo vaticano. La pronazi y profranquista que generaría al sinarquismo.
En la superproducción cinematógrafica, el anticastrista Andy García, una ex ama de casa desesperada (Eva Longoria) y el galán de tendencias fundamentalistas Eduardo Verástegui darán lustre al movimiento más fanático que ha padecido el país.
No extraña que la reciente exhumación de los huesos de los padres de la Patria, aquellos curas mal portados y sus amigos, parezca una vejación. Con dicha trivialidad forense, la derecha nos quiere decir que va por todo (lo que queda).
Envuelto para regalo con algunos aspectos prestigiantes (como valorar el pasado indígena), el programa Discutamos México, en su núcleo duro de 150 capítulos y 500 especialistas, participa con presumible eficacia en la ambiciosa revisión historiográfica en curso. Se debaten en pantalla, razonablemente, las bondades escondidas de los gobiernos porfiristas y la modernidad europea de un Maximiliano progre.
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