miércoles, 26 de mayo de 2010

Yo quería ser un muchacho fuerte


Jamás pensé que don Ignacio Herrerías, quien fuera dueño del periódicoNovedades, me pidiera que colaborara con él, pues yo era un escuintle de catorce años.

Muy gustoso le comuniqué a mi madre que todos los días tendría que levantarme a las cinco de la mañana para bañarme y arreglarme; todo con el fin de salir a tiempo hacia una vecindad de Artículo 123, donde se encontraban, provisionalmente, las oficinas del periódico.

Mi madre decía:

–Pero hijo, no creo que empieces a trabajar a las seis de la mañana, pues ni los albañiles comienzan tan temprano. –Yo le respondía:

–Todo el personal labora muy de mañana: escritores y redactores tienen que entregar sus escritos temprano a los talleres para que el diario salga a tiempo.

Yo tenía que llegar a las seis de la mañana. Vivía en la calle Excélsior, en la colonia Industrial, hacía más de una hora de camino, mi recorrido, de varios kilómetros, lo hacía a ratos corriendo, otros caminando de prisa, decidí hacerlo así porque según yo quería ser un muchacho fuerte y no un escuintle que no quisiera caminar. Mi trabajo en el periódico era muy importante, pues mi presencia era necesaria para darles café a los redactores e irles a comprar las tortas y los cigarros. Después de esa labor, me sentaba a dibujar un cartón que se publicaba enNovedades. Como aún no tenía mucha habilidad, mi colaboración era tan sólo dos veces a la semana. El trabajo consistía en buscar cosas raras o poco sabidas para ilustrarlas. En cuanto terminaba mi cartón, se lo llevaba al señor Herrerías para que me diera el visto bueno, tanto del dibujo como del texto. Así pasaron varios meses y un buen día el jefe me dijo:

–Varguitas, te habrás dado cuenta que están de moda las historietas... quiero que hagas una para publicarla en Novedades.

Sentí que los cabellos se me erizaron de miedo, ya que no sabía nada sobre historietas, pues mi trabajo era dibujar en serio. Don Ignacio me pedía que creara un personaje, que estaba muy lejos de poder imaginar. Así que le contesté:

–Señor Herrerías, yo no sé cuál es la técnica de las historietas, por lo tanto, lo que usted me pide, en vez de entusiasmarme, me ha provocado miedo, pues no sabría cómo empezarla.

Don Nacho contestó:

–Nadie nace sabiendo, pero tú me vas a hacer una (...)

Texto incluido en el tomo 10 de La Familia Burrón, libro de Gabriel Vargas publicado por Editorial Porrúa, con cuya autorización lo reproducimos

Borola contra el mundo

Sergio Pitol
La historieta de Vargas reproducía el melting-pot vigente en la ciudad de México y su inmensa inmovilidad social a mediados de este siglo. La familia Burrón tenía por eje a un matrimonio: don Regino Burrón, propietario y único operario de El Rizo de Oro, una peluquería de barrio pobre, y Borola Tacuche, su mujer, con quien vive en perpetua contienda. Don Regino es un dechado de virtudes modestas: sensatez, honradez, ahorro, pero es también la más perfecta expresión del tedio y de la falta de imaginación. Borola representa, en cambio, la anarquía, el abuso, la trampa, el exceso, y al mismo tiempo la imaginación, la fantasía, el riesgo, la insumisión y, más que nada la inconmensurable posibilidad del goce de la vida.


Gabriel Vargas
Carlos Monsivais
El reconocimiento tributado a Gabriel Vargas es uno más de los numerosos de su extraordinaria carrera. He tenido la buena suerte de intervenir en algunos de esos homenajes y allí he destacado las enormes cualidades, el trazo de los personajes, a la vez sencillo y de una gran expresividad cómica (en este punto debo mencionar las maravillosas portadas y contraportadas de Agustín Vargas, Guty, el sobrino de don Gabriel); el sentido del humor, que va del registro naturalista a la fantasía satírica; el uso del habla popular, creativo, convincente y que causa adicción; la conversión de la vecindad típica y arquetípica del Centro o del Centro Histórico; los nombres de los personajes, en sí mismos una portentosa rebelión onomástica; los métodos suntuosos para denotar la felicidad de la pobreza, y el modo en que la felicidad en la pobreza es un ir y venir del relajo a la resignación y de regreso; el tejido de situaciones en la vecindad porque Harún-Al Raschid (don Gabriel) no se cansa de oír a Scherezada (Borola), y, en la cumbre, la picaresca, el género donde ni la liebre ni la tortuga se explicarán jamás como en el maratón y antes del pistolazo de salida, alguien ya se guardó la meta en el bolsillo.

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